sábado, 7 de agosto de 2010

una tarde cualquiera de agosto


Quedamos para comer en un restaurante del centro. Me dijo que se iba con su marido y los chicos de vacaciones pero no me dijo dónde, imagino que por si se me ocurría aparecer por allí por sorpresa alegando una coincidencia que, a todas luces, era increíble. Se tomaba unas vacaciones de su rutina y por supuesto, sin que llegara a decirlo, de mí.

Podría decir que sentí cierto alivio pero mentiría, en realidad no sentí nada, quizá el fastidio de tener que buscar algo que hacer después de trabajar en una ciudad atestada de turistas, sin nadie a quien llamar, otra vez solo, otra vez la misma historia, esa que me lleva a empezar de cero con tanta frecuencia. No sabía que aún faltaba mucho más.

A primera hora de la tarde, mi jefe me llamó a su despacho y me felicitó por mi trabajo. "Sinceramente, Alvarez, te dimos más trabajo del que pudieras hacer para tener la excusa de despedirte el mes de agosto y volverte a coger en septiembre. No pensábamos que lo terminarías". Me sentí orgulloso de mí mismo, un orgullo tímido y con un bonito traje de falsa modestia, un orgullo de haber podido conservar mi puesto de trabajo ahora que tanto lo necesitaba. Le sonreí. Siguió hablando "pero durante el mes de agosto, debido al poco volumen de demanda no podemos mantener a toda la plantilla, así que tendremos que hacer lo planeado. Te va a parecer gracioso pero si no hubieras acabado el trabajo que te dimos ahora tendríamos trabajo para que te quedaras en plantilla todo el mes de agosto". Dejé de sonreír. Continuó diciendo "estamos contentos con su trabajo, has rendido más en un mes que muchos antiguos empleados en un semestre, por eso te llamaremos en septiembre".

Me levanté de la silla aturdido, me parecía que hacía mucho calor y salí del despacho sin despedirme y aflojándome la corbata, fui al expendedor de agua y bebí compulsivamente un vaso tras otro ante la atenta mirada de la secretaria de dirección. No aplacaba mi sed, dicen que una descarga de adrenalina te deja seco, ahora sí que no sabía cómo iba a pagar el alquiler ni siquiera cómo comprar comida a partir del día quince. No cobraría el subsidio hasta septiembre. Con mi trabajo esta gente habían ganado casi 230.000,00 €.

Mi cuerpo, a pesar de la sed, rebosaba de agua. Fui al baño y llené una botella de agua de litro y medio, mitad con el destilado de mi cuerpo, mitad con agua del grifo. Durante el resto de la tarde me entretuve viendo cómo mis compañeros (pocos) se citaban en la Nespresso y tomaban café enriquecido. "Me llevaréis muy dentro" pensaba yo. A las cuatro el jefe se tomó su habital café americano con gran deleite. Me miró y sonrió. Le devolví la sonrisa.

A las seis salí con el resto de compañeros de trabajo, nos despedimos fríamente con un "hasta pronto". Nadie dijo "llámame si te quedas por aquí", Doris, la chiquita de facturación quiso decirme algo pero no se atrevió en el último momento. Llegué a casa a las siete, me cambié y salí a correr una hora más o menos. Cuando regresé tenía diez llamadas de mujer rubia. Pensé que la llamaría después de ducharme. Mientras estaba en la ducha llmaron al timbre de la puerta.

Me cubrí la cintura a modo de falda con la toalla y abrí. Allí estaba el marido de mujer rubia. No dijo nada, no se movió del sitio, sólo me miró con una pregunta taladrándome a traves de sus ojos vidriosos, una pregunta indefinida ante la confusión de no saber si sentir odio, miedo o tristeza y sentir todo eso al mismo tiempo. Yo no sabía qué hacer ni qué decir. Bajé la vista y él soltó un suspiro, al menos, debía pensar, yo no había podido aguantarle la mirada, al menos me había ganado en algo. Se dio media vuelta y bajó las escaleras lenamente, en el descansillo del piso de abajo rompió a llorar.

Yo cerré la puerta y me metí en mi habitación. Sin saber muy bien porqué empecé a meter mis pocas cosas en las maletas. Sólo dejé fuera la ropa que me iba a poner al día siguiente. Me hice la cena y cené. Ví un rato la televisión sin verla, trtando de desmadejar el lío que tenía dentro de mi cabeza. Dormí. Dormí y soñé que te encontraba y me sonreías y me querías. Soñé que me apoyaba en tu regazo y tú me acariciabas el pelo y me decías que no importaba, que siempre estarías ahí y que todo lo superaríamos juntos.

Por la mañana salí de casa dejando las maletas en el recibidor. Cogí el 17 y luego fue caminando hacia la puerta del cementerio, me gasté los últimos veinte euros en unas flores, no eran tus favoritas, la mujer del puesto no quiso vendérmelas por tan poco dinero. Y sí, lo siento, te eché en cara que te fueras sin avisarme y tuviera que hacerlo la policía, y sí te eché en cara que me hicieras la vida tan fácil porque después ya no supe qué hacer sin ti, que me dejaras en manos de la lluvia y los cielos plomizos, en manos de la vaga esperanza de que todo fuese al final un mal sueño.

Volví a casa, cogí las maletas y bajé a la calle, sin rumbo, sin saber a dónde ir. Estuve todo el día con las maletas a cuestas por Barcelona, estuve en la estación de Sans y en plaza Catalunya, subí Paseig de Gràcia y me tomé un café (1,30€) en el Jamaica que hace esquina entre Torrent de l´Olla y Córcega, donde quedábamos las primeras veces, donde empecé a acostumbrarme a tu alegría, a querer que no llegara la hora de despedirnos.

A las diez de la noche volví a casa, más por no dormir en la calle que por querer estar ahí un minuto más. A pesar de no haber comido nada en todo el día no tenía hambre. Tampoco tenía sueño pero me metí en la cama. Y volví a dormir y volví a soñar, pero esta vez no contigo, soñé con mis padres y mi hermana, con mis sobrinos, con unos tíos que casi nunca veo. Por la mañana llamé a todos mis amigos y nadie me cogió el teléfono. Luego salí a la calle, esta vez sin maletas y fui hasta el parque de la Ciutadella, me senté en un banco, parejas felices con niños en bicicleta, perros felices con correas de cuero, hacía sol, cerré los ojos, y deseé que ese instante durase para siempre.


10 comentarios:

  1. Alguien, alguna vez, en algun sitio, dijo: "si no puedes cambiar lo que ha ocurrido, por lo menos, huele las flores".

    Siempre me pareció un buen consejo.

    Muxu bat

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  2. oleré las flores, Kaoki, algún día lo haré

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  3. Y nos lo contarás cuando lo hagas verdad??
    Espero que sea prontito.
    Te mando un abrazo, si?

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  4. Pues que decirte, Álvarez, que en vez de oler el aroma de las almendras amargas en "tiempos del cólera" nos recordará a Los amores contrariados... Parafraseando a García Márquez... Oleremos flores y hasta otras cosas...

    ¡Qué hijo de la gran tu jefe! Pero supongo que entra en
    la clásica descripción de jefecillo en tiempos de crisis.

    Besitos varios,

    Amber

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  5. Pues lo del café, en esa cafetería, duele...

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  6. Violeta, os lo contaré... auguro que no será inmediatamente.
    Un beso.

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  7. Amber, mi jefe tendrá lo que se merece algún día.

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  8. Lore, hay tantas cosas que duelen... no sé, de veras, a veces creo que la vida es como caminar desnudo por una selva de cristales rotos

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  9. Princesa, al final todo pasa y acabamos siendo ex-vecinos de las personas que se fueron. Hay que reinventarse a base de apostar por la vida.

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