domingo, 29 de agosto de 2010

Reparaciones a domicilio


Esta noche han llamado a la puerta. La vecina del segundo segunda ha acudido a mí en calidad de presidenta de la comunidad de vecinos para pedirme ayuda. La señora Boni considera que por mi edad y buen estado físico y mental soy el candidato idóneo para resolver cierta contingencia del edificio: Se le está inundando el piso a la vecina del primero tercera y no sabe qué hacer.

Acudo raudo y veloz pero no encuentro el cinturón que me sujeta los pantalones. Creo que debido a los cinco incidentes por noche (amén de los acontecidos a la hora de la siesta) que Nenita y yo habíamos ocasionado a cuanto colchón encontrábamos, he perdido algo de peso (algo que si bien nunca viene mal en este caso y, en ausencia del cinturón, me obliga a sujetármelos con una mano mientras gesticulo o cojo el móvil con la otra).

La solución ha sido digna del ingeniero que hubiera sido si mi padre no hubiera querido que fuese filósofo. He llegado y le he preguntado a la inquilina del primero tercera: ¿Ha cerrado la llave de paso? y ella se me ha quedado mirando como si yo fuese un marciano que quiere manterner relaciones sexuales con un burro (entre incredulidad, ignorancia y asco)(y un poco de curiosidad...).

Al ver que no reccionaba a mi pregunta me he metido en su habitación y sacando la mano por la ventana he cerrado la llave de paso. Ella me ha seguido sin rechistar pero revisando mis operaciones con una excesiva cercanía. He de decir que abrir ventanas y cerrar llaves de paso con una mano mientras te sujetas los pantalones con la otra es una tarea que no requiere demasiada destreza.

A todo eso, las vecinas han empezado a salir de sus casas para preguntar qué pasaba. Cuando he salido de la habitación de la chica del primero tercera, en el salón estaban todas. ¿Pero qué pasa con los hombres? ¿Dónde están cuando se les necesita? Viendo el partido, por supuesto.

La chica del primero tercera me ha insistido en darme su número de teléfono por si otra vez le pasa algo, que la señora Boni puede ser la presidenta pero no está capacitada para resolver esta clase de urgencias. Yo le he dicho que no dude que intentaré solucionarle cualquier urgencia que tenga.

_ Mi número es 600234... y mi nombre es Micaela.
_ ¿Micaela? ¿De dónde eres?
_ Holanda.
_ Ya decía yo que tu acento me sonaba (hija de la gran...)
_ ¿Puedes repetirme el número? _ le dije mientras sujetaba la blackberry con las dos manos.

No conté con que soltaba los pantalones, lo de la blackberry es instintivo, lo juro. El caso es que se me cayeron los pantalones delante de todo el vecindario. Todas se me quedaron mirando ahí abajo (ahora sé lo que siente una mujer cuando lleva un escote generoso) con los ojos desorbitados, sin ningún disimulo, será porque en verano no suelo llevar calzoncillos. Me los subí sin prisas.

Total, que tengo ocho teléfonos para solucionar urgencias del edificio y yo he dado el mío. Creo que voy a tener trabajo hasta que encuentre trabajo.

Un momento, llaman al teléfono.

_ ¿Micaela?
_ Perdona que te moleste, hasta que llame mañana al seguro y no vengan a arreglar esto no tengo agua ¿verdad?
_ No, no tienes.
_ Bueno, ¿podría ducharme en tu casa?
_ Claro _ hostia, cómo voy a decirle que no _ ¿A qué hora te vas a trabajar?
_ A las siete y media pero... no quisiera molestar tan pronto. Si te va mejor subo y me ducho ahora.
_ Vale, acabo de escribir una cosa, un minuto y te abro.

¿Y ahora? Recibo un sms.

"Mañana dejo a mis hijos con mi madre. Roberto de viaje hasta el miércoles. Espero no tener que romper nada en casa para que vengas. Lola".

Tengo que encontrar trabajo como sea.

miércoles, 25 de agosto de 2010

Sex in the pueblo


Después de varios días de trabajo más o menos agradable, leer mails de otros es un trabajo que se lo recomiendo a todo el mundo, me han despedido (a pedradas).

El escritor de éxito me pilló con su hija pequeña(25) en actitud cariñosa (desnudos en su habitación follando como locos). Se vé que se dio cuenta de que el sonotone se le había apagado (casualmente como todas las tardes) a la hora de la siesta. Yo le decía a ella "no grites que nos va a oír tu padre" pero la chica se ve que no podía evitarlo. En uno de los "Álvarez, pero que grande la tienes" su padre abrió la puerta alertado por los sonidos rabiosos que llegaban de la habitación de Nenita (qué lujuria más insana que llevabámos).

Cobraba por semanas y en negro. Estamos a miércoles, ya me puedo olvidar del dinero de estos tres días. Bueno, pensándolo mejor, podía haber sido peor, podía haberme pillado el sábado. El sábado volvía su joven esposa y ya me había dicho que repetiríamos. El sábado no sé qué hubiera pasaso entre Nenita y su madrastra.

Mejor así. Esta vez no me ha dado tiempo de mearme en ningún cacharro de la casa. Estoy perdiendo facultades, no sé qué hacer, no sé dónde voy a dormir esta noche.

...

Arreglado, he enviado sms a Nenita, esta noche encuentro romántico en hotel del pueblo de al lado. Esta noche se va a sonrojar hasta la luna.




Gracias Susanna, Víctor y Toni (este descubrimiento no tiene precio)

lunes, 16 de agosto de 2010

De lobos, caperucitas, espejismos, nocturnidades, alevosías y ensañamientos


Hace ya casi un mes que no he vuelto a hablar con la holandesita errante. Lo que no quiere decir que haya dejado de saber de ella. Ahora ya presenta a su amiguito como su "nuevo chico", al principio me dolió mucho pero ahora sólo me duele el no haberme meado, a parte de en el cepillo de dientes de él (o de su madre), en el de ella también. Puede que el tiempo acabe curando todas las heridas, incluso puede que en poco tiempo pueda volver a confiar en otra persona, pero tengo ciertas dudas al respecto.

Algo ha cambiado dentro de mí. Por ejemplo, en mi forma de escribir. Ahora tiendo a hacer burla de cosas por las que antes solía sentir respeto. No es que me haya vuelto más transgresor, es que, simplemente, ahora me importa menos tener que romperme la cara con alguien.

Una vez ha pasado ya todo lo de mujer rubia me siento más tranquilo. Mujer rubia no ha vuelto a dar señales de vida y sé por amigos comunes que mujer rubia y marido de mujer rubia están pasando una crisis importante donde quien más está poniendo de su parte por arreglarlo es ella. No es que me sienta despreciado, lo que me ocurre es que es muy difícil no sentir cierta decepción, uno siempre espera un gesto que indique que importa aunque sólo sea un poquito. Un adiós hubiera estado bien, las llamadas de aviso de que venía su marido eran algo así como "Alvarez, no le hagas daño".

Por otra parte he encontrado un trabajo a tiempo parcial como secretario de un escritor de novelas de éxito. En realidad, el trabajo consiste en mirar su correo y filtrar los mensajes. Al tío sólo le interesan los de las chicas jóvenes y que lleven foto, los que le proponen conferencias y los que le proponen inversiones en sudamérica.

El trabajo está bien, voy a su mansión, me voy al despacho que está al lado del suyo (diez veces más pequeño) y me meto en su correo. A las diez le doy un informe y a la una otro. Como en la cocina con la asistenta y más tarde tomo café con él y me habla de las cosas más variopintas, desde una vez que cazó un enorme elefante en Africa hasta que se ha acostado con más de doscientas mujeres. Generalmente yo tengo que hacer esfuerzos sobrehumanos para mantenerme despierto pero he llegado a la conclusión que él habla y ni me ve, sólo nota mi presencia. Creo que le caigo bien, que soy ese hijo que no tuvo (aparte de los cinco que sí tuvo y pasan de él porque no le escriben ni un correo y no le llaman jamás al teléfono).

El escritor no tiene nespresso, con lo que ando buscando una forma distinta y creativa de dejar mi huella en su casa cuando me despida.

Esta mañana le ha escrito una chica encantadora, joven, bonita, un correo tierno e ingenuo. No sé por qué, a pesar de ser mi trabajo, no le he pasado su correo. A veces veo el desastre, a veces veo que este tipejo ya no puede valorar lo más elemental del alma, que sólo verá a una chica bonita y predispuesta a conocer a alguien idealizado y él se prestará a ello porque ya tiene la costumbre y las formas. La consumirá como se come una hamburguesa y no, esta vez no quiero que ocurra eso, esta vez le he contestado yo y he sido cordialmente amable y le he afeado un par de errores gramaticales. Para que se olvide de él, para que esta vez, cuando me cuente que han sido docientas una las mujeres, no esté entre ellas.

Ya sé qué estáis pensando, que no debería meterme, que quizá para ella sea bonito pasar un fin de semana con su autor favorito en una casita en los alpes, que será algo que vivirá sin ningún prejuicio. Seguramente estaréis pensando que el ingenuo soy yo, que el imbécil soy yo, y probablemente tengáis razón.

Pero de eso ya os habíais dado cuenta.

sábado, 7 de agosto de 2010

una tarde cualquiera de agosto


Quedamos para comer en un restaurante del centro. Me dijo que se iba con su marido y los chicos de vacaciones pero no me dijo dónde, imagino que por si se me ocurría aparecer por allí por sorpresa alegando una coincidencia que, a todas luces, era increíble. Se tomaba unas vacaciones de su rutina y por supuesto, sin que llegara a decirlo, de mí.

Podría decir que sentí cierto alivio pero mentiría, en realidad no sentí nada, quizá el fastidio de tener que buscar algo que hacer después de trabajar en una ciudad atestada de turistas, sin nadie a quien llamar, otra vez solo, otra vez la misma historia, esa que me lleva a empezar de cero con tanta frecuencia. No sabía que aún faltaba mucho más.

A primera hora de la tarde, mi jefe me llamó a su despacho y me felicitó por mi trabajo. "Sinceramente, Alvarez, te dimos más trabajo del que pudieras hacer para tener la excusa de despedirte el mes de agosto y volverte a coger en septiembre. No pensábamos que lo terminarías". Me sentí orgulloso de mí mismo, un orgullo tímido y con un bonito traje de falsa modestia, un orgullo de haber podido conservar mi puesto de trabajo ahora que tanto lo necesitaba. Le sonreí. Siguió hablando "pero durante el mes de agosto, debido al poco volumen de demanda no podemos mantener a toda la plantilla, así que tendremos que hacer lo planeado. Te va a parecer gracioso pero si no hubieras acabado el trabajo que te dimos ahora tendríamos trabajo para que te quedaras en plantilla todo el mes de agosto". Dejé de sonreír. Continuó diciendo "estamos contentos con su trabajo, has rendido más en un mes que muchos antiguos empleados en un semestre, por eso te llamaremos en septiembre".

Me levanté de la silla aturdido, me parecía que hacía mucho calor y salí del despacho sin despedirme y aflojándome la corbata, fui al expendedor de agua y bebí compulsivamente un vaso tras otro ante la atenta mirada de la secretaria de dirección. No aplacaba mi sed, dicen que una descarga de adrenalina te deja seco, ahora sí que no sabía cómo iba a pagar el alquiler ni siquiera cómo comprar comida a partir del día quince. No cobraría el subsidio hasta septiembre. Con mi trabajo esta gente habían ganado casi 230.000,00 €.

Mi cuerpo, a pesar de la sed, rebosaba de agua. Fui al baño y llené una botella de agua de litro y medio, mitad con el destilado de mi cuerpo, mitad con agua del grifo. Durante el resto de la tarde me entretuve viendo cómo mis compañeros (pocos) se citaban en la Nespresso y tomaban café enriquecido. "Me llevaréis muy dentro" pensaba yo. A las cuatro el jefe se tomó su habital café americano con gran deleite. Me miró y sonrió. Le devolví la sonrisa.

A las seis salí con el resto de compañeros de trabajo, nos despedimos fríamente con un "hasta pronto". Nadie dijo "llámame si te quedas por aquí", Doris, la chiquita de facturación quiso decirme algo pero no se atrevió en el último momento. Llegué a casa a las siete, me cambié y salí a correr una hora más o menos. Cuando regresé tenía diez llamadas de mujer rubia. Pensé que la llamaría después de ducharme. Mientras estaba en la ducha llmaron al timbre de la puerta.

Me cubrí la cintura a modo de falda con la toalla y abrí. Allí estaba el marido de mujer rubia. No dijo nada, no se movió del sitio, sólo me miró con una pregunta taladrándome a traves de sus ojos vidriosos, una pregunta indefinida ante la confusión de no saber si sentir odio, miedo o tristeza y sentir todo eso al mismo tiempo. Yo no sabía qué hacer ni qué decir. Bajé la vista y él soltó un suspiro, al menos, debía pensar, yo no había podido aguantarle la mirada, al menos me había ganado en algo. Se dio media vuelta y bajó las escaleras lenamente, en el descansillo del piso de abajo rompió a llorar.

Yo cerré la puerta y me metí en mi habitación. Sin saber muy bien porqué empecé a meter mis pocas cosas en las maletas. Sólo dejé fuera la ropa que me iba a poner al día siguiente. Me hice la cena y cené. Ví un rato la televisión sin verla, trtando de desmadejar el lío que tenía dentro de mi cabeza. Dormí. Dormí y soñé que te encontraba y me sonreías y me querías. Soñé que me apoyaba en tu regazo y tú me acariciabas el pelo y me decías que no importaba, que siempre estarías ahí y que todo lo superaríamos juntos.

Por la mañana salí de casa dejando las maletas en el recibidor. Cogí el 17 y luego fue caminando hacia la puerta del cementerio, me gasté los últimos veinte euros en unas flores, no eran tus favoritas, la mujer del puesto no quiso vendérmelas por tan poco dinero. Y sí, lo siento, te eché en cara que te fueras sin avisarme y tuviera que hacerlo la policía, y sí te eché en cara que me hicieras la vida tan fácil porque después ya no supe qué hacer sin ti, que me dejaras en manos de la lluvia y los cielos plomizos, en manos de la vaga esperanza de que todo fuese al final un mal sueño.

Volví a casa, cogí las maletas y bajé a la calle, sin rumbo, sin saber a dónde ir. Estuve todo el día con las maletas a cuestas por Barcelona, estuve en la estación de Sans y en plaza Catalunya, subí Paseig de Gràcia y me tomé un café (1,30€) en el Jamaica que hace esquina entre Torrent de l´Olla y Córcega, donde quedábamos las primeras veces, donde empecé a acostumbrarme a tu alegría, a querer que no llegara la hora de despedirnos.

A las diez de la noche volví a casa, más por no dormir en la calle que por querer estar ahí un minuto más. A pesar de no haber comido nada en todo el día no tenía hambre. Tampoco tenía sueño pero me metí en la cama. Y volví a dormir y volví a soñar, pero esta vez no contigo, soñé con mis padres y mi hermana, con mis sobrinos, con unos tíos que casi nunca veo. Por la mañana llamé a todos mis amigos y nadie me cogió el teléfono. Luego salí a la calle, esta vez sin maletas y fui hasta el parque de la Ciutadella, me senté en un banco, parejas felices con niños en bicicleta, perros felices con correas de cuero, hacía sol, cerré los ojos, y deseé que ese instante durase para siempre.